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Ficha

Resumen

El pueblo saharaui vive desterrado desde hace casi medio siglo en el desierto más árido del continente africano. Allí, donde escasean recursos básicos como el agua, hay una escuela de cine. Mientras el mundo mira para otro lado, un grupo de jóvenes cineastas lleva adelante una batalla contra el olvido.

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Comentario de Cartelera.com.uy

Por esas miradas

 

Allá por 2016, y ante la sorpresa de muchos, alguien llamado Omar Ahmed concurre a un encuentro en la Escuela de Cine del Uruguay (ECU). Ahmed era en ese entonces el director de la escuela de cine de la República Árabe Saharaui Democrática, una ex colonia española dominada por Marruecos desde 1976 y desde ese entonces un campamento de refugiados ubicado en pleno desierto del Sahara, en territorio de Argelia.

 

Las palabras de Ahmed causaron sumo interés entre la concurrencia a aquel encuentro y fue quien a la postre sería el director de fotografía de este documental, Diego Soria, quien le propone a la joven cineasta Agustina Willat García - que hasta ese momento sólo había hecho cortometrajes - encarar un documental que contribuyera a difundir una situación muy poco conocida y, en especial, compartir el rol de una escuela de cine en un medio donde los problemas abundan ya que a las dificultades por cubrir las necesidades básicas se le suma un entorno vital en que la inminencia del conflicto armado puede aparecer en el momento menos pensado.

 

Con el proyecto en marcha, el equipo uruguayo se traslada hasta el lugar, y rápidamente se encontraron con que la película que habían pensado sería muy difícil que pudiera llevarse a cabo, y aprovechan ese primer viaje para tomar contacto con el ambiente y los habitantes del lugar.

 

Ya en el segundo viaje la película empieza a tomar forma y, después de un proceso de casi ocho años, el trabajo cristalizó en este valioso documental. Valioso por varios motivos. Desde el punto de vista didáctico, porque difunde y hasta sutil pero claramente denuncia una realidad muy poco conocida y de la que casi nada se habla. En este sentido la película no hace su foco principal en el conflicto, pero éste está siempre sobrevolando y hasta amenazando el ambiente. Y valioso también como cine propiamente dicho.

 

Willat García demuestra buena mano y mucha sensibilidad en un relato donde lo más notorio es la pasión común por el cine entre uruguayos y saharauis. Las palabras emocionadas de los integrantes de la escuela del lugar y la felicidad con que por ejemplo unos militares “juegan” por un rato a ser cineastas, conforman pasajes entrañables que no pasan desapercibidos. La forma por demás detallista en que se desarrolla el relato es otro elemento distintivo y valorable del filme.

 

Siguiendo con los puntos altos, la fotografía de Diego Soria, la música de Daniel Yafalián y el montaje de Magdalena Schinca dan en el blanco en relación al contexto y a lo que se quiso contar. El único reparo que puede hacerse a este trabajo, es que algunos aspectos de la vida diaria de los habitantes del lugar pudieron haber tenido un trato más profundo, por ejemplo la situación de la mujer; no es difícil inferir que tanto el contexto, las costumbres y la religión que se profesa en el lugar sean la explicación de lo ocurrido.

 

En síntesis, repito la palabra valioso para definir este trabajo. Y también entrañable, en especial por lo que traslucen las miradas de personas en medio de dificultades de todo tipo pero que profesan pasión por el cine y, sobre todo, no pierden la esperanza de un futuro más venturoso. Ojalá sea Salam (paz en árabe).

 

Por Pablo Delucis para Cartelera.com.uy