El hijo de la novia
Ficha
Resumen
Rafael Belvedere (Ricardo Darín) no está conforme con la vida que lleva. No puede conectarse con sus cosas, con su gente, nunca tiene tiempo. No tiene ideales, vive metido hasta el tope en el restaurante fundado por su padre (Héctor Alterio); carga con un divorcio, no se ha tomado el tiempo suficiente para ver crecer a su hija Vicky (Gimena Nóbile), no tiene amigos y prefiere eludir un mayor compromiso con su novia (Natalia Verbeke). Además, hace más de un año que no visita a su madre (Norma Aleandro) que sufre de Alzehimer y está internada en un geriátrico. Rafael sólo quiere que lo dejen en paz. Pero una serie de acontecimientos inesperados lo obligará a replantearse su situación. Y en el camino, le ofrecerá apoyo a su padre para cumplir el viejo sueño de su madre: casarse por Iglesia.
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Comentario de Cartelera.com.uy
Hay que sentirse bien
Que el mismo año que se estrenó La Ciénaga Argentina haya elegido a El Hijo de la Novia como candidata al Oscar es tan lógico como criticable. Ahí se adivinaba la intención de enviar a Hollywood un producto más "apto para todos los gustos" que la renovadora narración propuesta por Lucrecia Martel. Y después de ver El Hijo de la Novia se confirma que esto es así. Por supuesto, Argentina no es precisamente un ejemplo a la hora de elegir sus postulantes para el Oscar (¿se acuerdan de Manuelita?), ni tampoco vamos a caer en la tontería de evaluar una película según su carrera de premios (o la ausencia de ella). Pero algo es seguro: los argentinos quieren ganar otro Oscar (lo obtuvieron en 1986 por La Historia Oficial) y una comedia exitosa con Héctor Alterio y Norma Aleandro parece una fórmula loable.
¿Qué pasa, al fin y al cabo, con la película? Es un típico ejemplo de eso que los norteamericanos llaman "a feel-good movie" (una película para sentirse bien), en clave porteña. Una película donde se ríe y probablemente se llora en partes iguales, donde se asiste a la evolución de un personaje (de esos cuyos defectos uno termina por aceptar) y donde, al final, se reivindica el valor de los lazos familiares, aún cuando la familia moderna no tenga mucho que ver con la clásica foto familiar (como la que Darín descuelga de la pared de su restaurante).
Hay dos o tres aspectos que no me gustaron, sin embargo. Primero, creo que -por momentos- a Campanella (un argentino con experiencia de trabajo en la industria televisiva estadounidense, y se nota) se le va la mano con la comicidad, y parece realmente exagerado que el público se ría cada vez que alguien dice "boludo", "tarado" o "hinchapelotas". Es como si los guionistas hubieran dicho: "acá vamos a meter una palabra para que el público se ría". Esto me molestó más en el personaje de Aleandro (la madre que sufre de Alzheimer), un personaje que podría ser encantador por sí mismo pero que sin embargo parece comprarse al público cada vez que dice "qué boludo". Claro, a lo mejor soy yo...
Hay también un exceso en por lo menos un par de intérpretes secundarios, todos pertenecientes al "clan Suar" (Adrián es el productor general de la película). La falla es más notoria en el caso de Eduardo Blanco, cuyo personaje es clave en el "despertar" emocional del protagonista y que, salvo un par de momentos bien logrados (una charla de hospital, la escena de "extras" en un rodaje), resulta estereotipado. Pero el problema no es sólo del actor sino fundamentalmente de los guionistas (Campanella y Fernando Castets), que suelen incurrir en parlamentos cursis (o sencillamente banales) en medio de lo que podría haber sido una muy buena historia.
Todo esto contribuye a que el resultado final se me haya hecho un poco largo y a que, a diferencia de la mayoría del público, la mayoria de las bromas me resultaran trilladas y previsibles, del tipo "estaba seguro que iba a decir eso". Aún así, a veces funcionan y a veces no. O puede ser que yo sea un "hinchapelotas" (risas).
Pero hay cosas que me gustaron, claro: donde me parece que la película realmente funciona es en el terreno dramático. Campanella logra capturar algunos momentos de genuina sensibilidad, como cuando Darín permanece reflejado en la puerta del geriátrico, observando la marcha de su anciana madre; o como cuando se manda ese discurso pos-infarto en el que dice querer mandar "todo a la mierda", y vemos la transformación del rostro de su novia (Natalia Verbeke) comprendiendo que, hasta donde se puede adivinar, ella bien podría formar parte de ese "todo".
El mérito principal es, por supuesto, del elenco, porque Verbeke tiene un rostro muy expresivo; porque Darín confirma que (después de El mismo amor, la misma lluvia, del propio Campanella, Nueve Reinas y La Fuga) está en su mejor momento; porque Aleandro hace bien cualquier cosa; y porque Alterio brilla con luz propia en una de sus mejores actuaciones de los últimos años. Si la película resulta entretenida y, a pesar de todo, gratificante, es por ese estupendo elenco. Si gana el Oscar, también.
Por Enrique Buchichio para Cartelera.com.uy